lunes, 28 de octubre de 2019

Mario Caponnetto recuerda a Jordán Bruno Genta "pensador católico asesinado hace 45 años"

Por Jorge Martinez – La Prensa - En el autor de "El filósofo y los sofistas" se combinaban una mente especulativa, un docente y un político. La secularización de Occidente y la crisis de la metafísica fueron dos de los fenómenos que supo anticipar. Hace hoy 45 años un integrante del EL-22, uno de los tantos grupos guerrilleros de la izquierda setentista, asesinaba al filósofo y profesor Jordán B. Genta cuando salía de su casa para ir a misa. Fue una muerte plena de significado, martirial. Durante décadas Genta (1909-1974) había sido uno de los principales pensadores del nacionalismo católico argentino y por eso mismo una figura incómoda: no había sido peronista, el antiperonismo liberal no lo representaba y mucho menos podía adherir a la ebullición marxista que se había apoderado del país desde fines de la década de 1960. El profesor Genta había avisado sobre ese último peligro con llamativa claridad. Advertía que detrás de la guerra revolucionaria había un conflicto mucho más profundo, de raíz teológica, que excedía el marco engañoso de las ideologías y las acciones armadas. Dedicó libros, conferencias e innumerables clases en su "cátedra privada" a explicar el carácter de la contienda, en un país que nunca lo comprendió del todo. Y que sigue sin comprenderlo. Con motivo de un nuevo aniversario del asesinato, La Prensa conversó por correo electrónico con el médico y profesor Mario Caponnetto, discípulo y yerno de Genta, para mejor calibrar la importancia de su obra y de su ejemplo. -Genta fue durante mucho tiempo un referente cultural del nacionalismo católico. ¿Qué papel cree que tiene hoy su figura? ¿Está presente o ha caído en el olvido? -Ante todo muchas gracias por esta entrevista. Creo que Genta sigue siendo al día de hoy un referente del nacionalismo católico y también de ciertos círculos donde lo religioso y lo patriótico son fuertemente afirmados. La ejemplaridad y el valor de su muerte -junto, desde luego, con su dilatada trayectoria intelectual y política- es lo que le ha dado y le sigue dando vigencia a su pensamiento de cara, particularmente, a determinados hechos y situaciones de nuestra vida nacional y de ciertos acontecimientos mundiales. Entre los primeros, tenemos la Guerra de Malvinas: fueron los mismos ingleses quienes reconocieron la influencia decisiva de la prédica de Genta en los pilotos de nuestra Fuerza Aérea que asombraron al mundo con sus hazañas (lo llamaron "el factor Genta"). Me consta personalmente que, al día de hoy, no son pocos los oficiales jóvenes de esa Fuerza que leen sus libros o los buscan y se interesan por su obra. Entre los segundos, cabe mencionar la profundización del fenómeno de la globalización con su carga de marcado secularismo y progresiva descristianización de las naciones. Genta, junto con Julio Meinvielle y otros autores, previó muchas de las cosas que hoy suceden a este respecto. Por eso cada vez que la Patria y el Occidente parecen a punto de sucumbir se lo recuerda a Genta, se evoca la lucidez de sus predicciones y la fuerza arrolladora de su esperanza que fue signo distintivo de su cátedra, sus conferencias, sus libros. El docente -¿Cuál puede decirse que fue el mayor aporte intelectual de Genta desde su conversión y hasta su muerte? -Genta fue un hombre de varios registros por decirlo así. Fue, sin duda y ante todo, una mente especulativa, contemplativa; pero también, un educador de raza, un docente en sentido pleno; y, por cierto, un político en el sentido clásico del término, del polites, del hombre que vela sobre la Ciudad. En cada uno de estos "registros" hizo su aporte. Así, como filósofo, entiendo que su mayor aporte es haber entrevisto, como pocos, la crisis de la metafísica en el mundo occidental: esto que hoy se conoce como "pensamiento débil" lo entrevió de alguna manera, incluso, en sus escritos juveniles. Como docente, su gran aporte, a mi juicio, es su pedagogía de los arquetipos expuesta en varias de sus obras. Como polites, su mayor lección sin duda fue su muerte, socrática y cristiana. -Entre la obra escrita, ¿cuál cree que es el mejor de sus libros? ¿Y cuál recomendaría a un lector virgen para empezar a conocerlo como escritor? -Sin duda, el mejor de sus libros es El filósofo y los sofistas. Un texto claro, profundo, una auténtica introducción al filosofar antes que a la filosofía. En una carta que le dirigiera Coriolano Alberini, tras la primera edición, en 1949, le decía refiriéndose a este libro: "Está bellamente escrito y con enérgica claridad. Ya ve usted que se puede ser profundo sin dejar de ser trasparente. Así se debe filosofar". Ahora en cuanto a qué libro recomendar a un lector virgen, depende: a los muy jóvenes les daría a leer algunos opúsculos históricos y la Guerra Contrarrevolucionaria que es un texto de iniciación y un clásico para entender la historia argentina reciente. A los más avanzados, por decir así, el ya mencionado El filósofo y los sofistas. -De Genta nos quedan muchos libros pero también su ejemplo como maestro, como formador de mentes y almas. ¿En cuál de esas dos vertientes entiende usted que dejó una huella más profunda? -Decididamente en la segunda. Genta tuvo el don de la fecundidad intelectual. Como dije, fue un maestro en el sentido más pleno del término, un educador en toda la extensión de la palabra. Ahora bien, la educación es como una segunda generación: el maestro verdadero es el que, en cierto modo, engendra en la sabiduría a sus discípulos. Además, como maestro supo imprimir un estilo amical a su enseñanza: los discípulos se hacían amigos y los amigos se hacían discípulos. Quienes tuvimos la gracia de asistir a sus clases somos testigos de esto que digo. -Genta tuvo muchos alumnos en su cátedra privada de filosofía. ¿Quiénes cree usted que han sido sus mejores discípulos, o al menos los más fieles y consecuentes? -A partir de su cesantía en 1945, Genta mantuvo dos cátedras privadas, una en su casa de Buenos Aires y otra en la Ciudad de La Plata; esta última funcionó sucesivamente en casa de amigos y discípulos muy queridos: la de la familia Galarreta, la del Dr. Belisario Arana y la del Dr. París. En cuanto a la de Buenos Aires, fueron muchos los discípulos y resulta difícil hacer nombres por temor a omitir a alguno. De la "vieja guardia" destacaría, entre todos, a Carlos Alberto Schiuma, largamente profesor en la Escuela Superior de Guerra. De los de mi generación, a Edmundo Gelonch Villarino, ya fallecido, quien fue su heredero en la formación de los cuadros de la Fuerza Aérea, a Miguel De Lorenzo, médico y periodista y al que luego sería el Padre Alberto Ezcurra. Hay otros que pueden decirse sus discípulos aunque no hayan asistido regularmente a sus cursos: es el caso, por ejemplo, de mi hermano Antonio Caponnetto. -Por esas clases pasaron varios personajes de nota. ¿Podría recordar a algunos? -¿Personajes de nota? En La Plata, algunos se quedaron allí e hicieron obra como el matrimonio Alonso; otros estuvieron de paso y regresaron a sus provincias como Enrique Díaz Araujo, entre los que ahora me vienen a la memoria. También, sin ser propiamente discípulos, antes bien como amigos, pasaron por la casa personalidades como José Ignacio Olmedo, Gustavo Martínez Zuviría, Manuel Fresco, Fray Mario Pinto, Plinio Correa de Oliveira, numerosos militares de todas las fuerzas (algunos de ellos tuvieron después actuación relevante) y varias generaciones de curas sobre todo del mejor clero entrerriano que lo habían conocido a Genta, aún antes de su conversión, en su paso por Paraná. También pasaron en algunos casos por las clases numerosos miembros de las colectividades de los países sojuzgados por el comunismo exiliados en Argentina: rusos, eslovacos, croatas, rumanos. Recuerdo entre éstos a Nicolás Kazansew y a Emilio Lefter, uno de los fundadores del movimiento liderado en Rumania por Codreanu, el Capitán. Pero, repito, son sólo algunos nombres, no quisiera caer en omisiones injustas. Un detalle que me parece digno de mención: con frecuencia Genta solía ceder su cátedra a algunos amigos aunque no pensaran exactamente como él. Recuerdo, por ejemplo, al dirigente y senador radical Santiago Fassi con quien mantuvo hasta su muerte una gran amistad. -Hoy en ciertos ambientes católicos -y no sólo católicos- se debaten temas como la escuela en casa, la "opción benedictina", la participación o no en elecciones y otras respuestas frente a una estructura legal, política y económica que es netamente hostil al orden cristiano tradicional. ¿Qué cree que habría aconsejado Genta al respecto? -Son varios temas. De la escuela en casa me animo a suponer que no la aconsejaría: era un firme partidario de la escuela como ámbito de contemplación y formación integral de la persona. En un caso extremo, quizás; pero estos temas solía consultarlos con su esposa y ella tampoco era partidaria de la escuela en la casa. En cuanto a la opción benedictina, el punto es delicado. Genta mantuvo siempre una total y absoluta fidelidad al Papado y a la Jerarquía. No es que no advirtiera las falencias de los hombres pero decía siempre que había que respetar las investiduras aun cuando los propios pastores, lamentablemente, no la respetasen. Poco antes de morir recibió el Premio San Alberto Magno, "por su fidelidad a la Cátedra de Pedro"; y esto ocurría en un momento particularmente difícil de la Iglesia, en los años inmediatamente posteriores al cierre del Concilio Vaticano II. Ahora, ¿qué haría hoy ante la situación eclesial actual? No me animo a imaginar una respuesta; pero estoy seguro de que nos confirmaría en la esperanza cristiana. Genta fue siempre un hombre de esperanza. En cuanto a la participación en el sistema partidocrático su posición fue invariable: se opuso férrea y sistemáticamente a ese sistema al que consideraba incompatible con un recto orden político. Sin lugar a dudas, creo que hoy mantendría más firmemente que nunca esa oposición. -Desde una mirada crítica actual se suele acusar a Genta de "antisemita" o incluso de "nazi". ¿Cómo interpreta esas acusaciones a la luz de la vida y la obra del profesor? -Como radicalmente falsas, fruto de la incomprensión o tergiversación de algunos hechos, la ignorancia o la mala fe. Genta fue un cristiano y todo en su pensamiento, en su vida, pública y privada, está signado a radice por la Fe. Ninguna ideología anticristiana podía contar con su asentimiento. No el nazismo, ciertamente; pero tampoco podía asentir, ni asintió, a la alianza de las democracias con el comunismo -los vencedores de la Segunda Guerra- gracias a la cual, tras los pactos de Yalta y Postdam, la mitad de la Europa cristiana fue entregada al comunismo y la Unión Soviética consolidó su poderío y su expansión en la posguerra. Recuerdo, por otra parte, con qué insistencia solía leernos en sus clases la Encíclica de Pío XI, Mit brennender sorge, contra el nacionalsocialismo, sobre todo aquel pasaje en el que el Papa Ratti manifestaba su esperanza en una purificación y redención del pueblo alemán tras la trágica experiencia del nazismo. Cosa muy distinta, desde luego, fue su admiración a Oliveira Salazar y su compromiso total con la Cruzada Española que fue un hito decisivo en su camino político. -¿De qué modo resumiría el recuerdo personal que usted tiene de él, como familiar y como maestro? -En dos cosas. Una, ya mencionada, su esperanza, inasequible al desaliento. Una esperanza cristiana que es todo lo opuesto a las utopías. La otra, su alegría, una alegría cálida, expresada en su risa contagiosa aun en medio de las mayores tribulaciones, tanto las de la vida pública como las que tuvo que enfrentar en el ámbito familiar. Si me permite resumir todo esto en una sola palabra: lo que recuerdo de Genta es su santidad.

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