martes, 20 de febrero de 2018

Defensa Nacional: el debate imprescindible

(Por Gustavo Gorriz)- La tragedia del ARA “San Juan” sigue llamando a la reflexión sobre el estado de nuestras Fuerzas Armadas. Elena María Krawczyk fue la primera oficial submarinista de nuestra Armada y tomó ese exigente desafío a sabiendas de que afrontaba una actividad de riesgo, un riesgo siempre latente en profesiones como la militar, que lidia habitualmente con situaciones complejas que involucran armas y materiales peligrosos. Esta teniente de navío es uno de los 44 mártires que dieron visibilidad a la crisis permanente por la que atraviesan nuestras FFAA. Seguramente esta dama, como todos, intuía que el riesgo natural de su profesión se había incrementado al límite por las carencias logísticas y el desgaste propio de los equipos y materiales en uso. Se agregan a esto, además, las mínimas posibilidades de operar en condiciones lógicas y los cientos de problemas que aquejan a nuestras instituciones de manera estructural desde hace ya muchas décadas. La tragedia del ARA“San Juan” puso sobre la mesa pública el archiconocido camino que transitan a diario quienes abrazaron la vocación militar: la constatación de que lamentablemente todo pende de un delgado hilo. Los escasos presupuestos y la antigüedad de los medios existentes hacen saber íntimamente y a todos los efectivos de las FFAA que el límite del sentido común ha sido sobrepasado hace muchos años. Para ser justos, es de caballeros admitir que esta dolorosa situación es poco atribuible a la gestión actual de gobierno, ni al área de Defensa y, menos aún, a la conducción de las FFAA. No hay duda alguna de que generales, almirantes y brigadieres en actividad llevan como pueden y con gran esfuerzo una situación que hubiera doblegado a cualquiera. Debemos evitar denominar “crisis” a este estado de cosas, ya que por su propia definición crisis sería una situación extrema pero acotada en el tiempo. El descuido de las FFAA, su bajo presupuesto y, en algunos casos, su falta de guía y dirección profesional vienen de muchos años atrás, revertir esta situación llevará mucho tiempo de esmerada dedicación. Este tema fue tratado por DEF en reiteradas oportunidades, para instalarlo en la agenda pública y generar conciencia antes de que llegaran las anunciadas desgracias. Hoy, una vez más, destinamos gran parte de nuestra publicación a esta problemática, y ponemos a disposición de los lectores la opinión de los analistas más importantes de la Argentina para que nos ayuden a entender a fondo la situación que atravesamos y el modo de encarar el desafío del futuro. La política lleva muchos años viendo el tema militar como un área incordiosa, llena de potenciales problemas, que además generan casi siempre una hostil respuesta en la sociedad. En concreto, nunca da rédito político ocuparse de los asuntos militares; la urgencia siempre es tapada por las necesidades del presente, y las de las FFAA quedan pendientes ante la primera emergencia. Siempre surgen y ganan los problemas complejos del hoy, sea la inflación, sea la seguridad ciudadana o sean los jubilados, sea el transporte o las tarifas o cualquier otro asunto de la agenda diaria, que terminan primando sobre las cuestiones a atender en el mediano o largo plazo. No hace falta ser un experto para entender que la defensa es una cuestión vital para la República: así está enunciado en el Preámbulo de nuestra Constitución y muy claramente especificado en la ley respectiva. El grado de indefensión al que hemos llegado es inédito entre los países importantes del mundo, y la Argentina lo es, ya que ocupa el octavo espacio territorial más extenso del planeta con 2,8 millones de km2, a los que se suman casi 1 millón del sector antártico y 3,8 millones de sus espacios marítimos. Nadie es ajeno en la asignación de responsabilidades a esta situación a la que hemos llegado. Con el advenimiento de la democracia hubo un importante esfuerzo por desarticular al poder militar, debilitar su incidencia en la cosa pública, y para ello, se realizaron varias y eficientes medidas, como el desmantelamiento de la industria militar, la caída abrupta de los salarios, el ajuste y cierre de unidades y, lo más importante, un desgaste social que afecta desde hace décadas el ánimo y, en muchos casos, la permanencia de los cuadros dentro de las FFAA. A diferencia de otros países de la región, 35 años después del regreso de la bienvenida democracia, esas prevenciones siguen presentes, y muchos dirigentes se han hecho eco de ellas durante décadas en su relación con este sector fundamental de la República. Muchas veces, desde lo ideológico y desde la conveniencia política, se mantuvo el discurso, la presión y la desidia, y nada se hizo para lograr una acción reparadora. Los militares se fueron acostumbrando, de alguna manera, a ser ciudadanos de segunda, imposibilitados de actuar, de opinar y de tener los mínimos recursos necesarios para cumplir sus misiones específicas. Este estado de las cosas se mantuvo durante años, lo que generó una constante tensión interna, que si bien ha sido en parte superada, mantiene en alerta las estructuras militares, que esperan respuestas serias y definitivas para su problemática. Todo esto no es una novedad. No lo decimos nosotros desde esta columna, sino que es muy sabido y destacado por analistas internacionales, como Juan Manuel Ugarte, que en su artículo “Argentina y su capacidad de defensa” describe las opiniones de medios especializados de todo el mundo respecto de nuestras FFAA: “En su edición 2017, la Military Balance examina detenidamente la situación de la Argentina destacando la necesidad de ‘reemplazar una gran cantidad de plataformas viejas, inoperables y retiradas’, señalando ‘falta de inversión en equipamiento y una erosión general de las prácticas de mantenimiento’”, y concluyendo que las FFAA “son una sombra de aquellas que fueron derrotadas en una guerra limitada con el Reino Unido en 1982”. Por su parte, UK Defense Journal ha reiterado (26 de abril de 2017) que “tras un significativo período de declinación, las FFAA argentinas han dejado de ser una fuerza militar capaz”. Por su parte, el IDSA hindú ha señalado: “La negligencia por espacio de dos décadas ha significado que las FFAA argentinas estén enfrentando obsolescencia en bloque”. En concreto, es fácil hacer un diagnóstico que deje en evidencia el estado de indefensión real que atraviesa nuestro país, con la necesidad urgente de políticas que permitan diseñar estrategias eficientes en un mundo en constante cambio. Salvo alguna honrosa excepción, quienes guiaron los destinos de la defensa nacional llegaron a cumplir su función con un gran desconocimiento de sus responsabilidades y, en muchas ocasiones en el pasado, con una carga emotiva negativa hacia quienes serían sus subordinados. Los militares llevan una vida obedeciendo órdenes y claman por órdenes claras y concretas para poder cumplir su misión; estas, por lo general, están ausentes. Y están ausentes no porque no estén enunciadas en algún documento, decreto o imposición hacia cada una de las Fuerzas; están ausentes porque los militares saben perfectamente que dar una misión implica proveer los medios y las posibilidades para ejecutarla de manera correcta, que no es una declamación vacía o una intención, sino que son medios, ejecución y control de la actividad ordenada, aspectos estos que nunca se cumplen. Tal es así, que creemos tener la certeza de que si uno reuniera a los cien generales, almirantes y brigadieres que conducen las FFAA con las más altas responsabilidades y les pidiera a cada uno y en forma individual que manifestaran las cinco responsabilidades primarias que tienen las Fuerzas en su conjunto, probablemente no encontraríamos unidad de criterio en esas respuestas. Debe quedar claro que la política de defensa no es un arbitrio de los militares; es una alta responsabilidad política, y los uniformados solo conforman una parte de ese ejercicio colectivo, de la que el Ministerio de Relaciones Exteriores y todo el gabinete participan. Esa misión, finalmente, no es ocuparse de la guerra posible, sino primariamente generar las condiciones para garantizar la paz. Esa paz nunca es un acto de fe ni de voluntarismo, sino que, por el contrario, es la resultante de un profesionalismo extremo que disuada cualquier intento de vulnerarla. De la erosión generalizada de los medios disponibles y de la ausencia de sistemas logísticos acordes para un mantenimiento adecuado, no es necesario más que una mínima mirada para compadecer a quienes deben administrar estos devastados recursos. Gran parte de los materiales, armas y vehículos del Ejército y de la Fuerza Aérea datan de la Segunda Guerra Mundial o fueron desarrollados en la década del 50. Si logran mantenerlos es por la pericia y el esfuerzo denodado de grandes profesionales, pero su obsolescencia es conocida por todos. La Armada corrió mejor suerte, ya que luego del conflicto de Malvinas tuvo una importante renovación, pero lleva 30 años de bajísimos niveles de mantenimiento y de operabilidad y de un adiestramiento pobre y poco eficaz. Todos debiéramos sincerarnos y preguntarnos si contar con estos elementos obsoletos sirve realmente para proteger nuestra Nación. Podríamos también interrogarnos si ante la enfermedad de un hijo, estaríamos dispuestos a utilizar los elementos de cirugía y la farmacología de hace 80 años, esa sola comparación nos daría una respuesta. Como si esto fuera poco, el factor humano es el más delicado y complejo de recuperar. Los militares no han logrado la inserción profesional mínima para los estándares de los países de la región. Las FFAA han hecho ingentes esfuerzos para incorporarse al rol que les corresponde en la democracia, pero mantienen el estigma de vastos sectores sociales, producto de la devastadora década del 70, que aún hoy, 35 años después, es una cuenta pendiente a debatir antes de cualquier acción a desarrollar. La pérdida paulatina y constante de los cuadros de las FFAA, muchos de ellos desmoralizados por la ausencia de medios para capacitarse y por la mínima consideración social, a lo que se suman los salarios más bajos de toda la administración, ha llevado al sector a un estado de decadencia pocas veces visto. Podemos considerar, como ejemplo, que no hay en toda América un lugar que acepte siquiera la idea del “doble empleo”, casi común en los cuadros de las FFAA en la Argentina, lo que permite ver hasta donde llegó la gravedad de la situación planteada. Podría agregarse a este diagnóstico pesimista que carecemos de reservas, imprescindibles ante cualquier conflicto, y que aún se deben crear las condiciones básicas para poder ensamblar a las FFAA en un accionar conjunto eficaz, tema del que se habla hace más de 30 años, pero que requiere algo más que energía y voluntarismo para ser llevado a la práctica. Mientras transitamos estas décadas con la situación planteada, muchos sesudos intelectuales y destacados progresistas plantean, desde la ingenuidad o desde el discurso falaz, el interrogante sobre la necesidad de tener o no FFAA a través de disquisiciones que revuelven el pasado y dejan en manos de la magia y de la suerte el futuro que como país legaremos a las generaciones por venir. Al respecto, es común citar a Costa Rica y algún otro país que suprimió sus FFAA para divagar sobre un tema tan delicado para un país como la Argentina que, por su tamaño y riqueza, no puede concebir un desarrollo serio sin un estadio de seguridad apropiado que lo asegure. Cabría entonces preguntarse por qué la gran mayoría de los países en el mundo poseen FFAA. Podríamos preguntarnos, más precisamente, por qué Canadá tiene unas FFAA eficientes y equipadas, siendo aliada y compartiendo frontera con EE. UU. Todo indicaría que bien podría descansar en el país con mayor presupuesto en defensa del mundo, ya que cualquier conflicto que afectase a Canadá involucraría a las espaldas americanas. Seguramente aplica aquí aquello de que tus amigos te ayudan y acompañan pero “solo hasta la puerta del cementerio” y, llegado el caso, “no se entierran contigo”. Seguir discutiendo estas obviedades de perogrullo da pena, pero lamentablemente no están ausentes del inconsciente colectivo nacional. ¿Qué hacer? ¿Cómo resolver una crisis que ya no es tal, sino que se ha convertido en un “estado de las cosas” que atraviesa muchas décadas? ¿Cómo recomponer un sector que resulta imprescindible en el mediano y largo plazo, pero que requiere indefectiblemente actuar bien hoy si queremos asegurarnos que seguirá siendo un instrumento válido en el futuro? Nadie en su sano juicio podría pensar que es imposible que dentro de 15 o 20 años la Argentina esté involucrada en un conflicto. Es la gran deuda del ahora, mientras nos consumen las vicisitudes de la intensa vida diaria de nuestro país. Vivimos en un mundo que crece demográficamente y que requiere más agua, más alimentos, más energía y más espacio no ocupado. Pareciera que nuestro territorio es, de hecho, un apetecible destino a las necesidades internacionales. Recordar que en algún momento del pasado existieron dirigentes que hablaron de “ausencia de hipótesis de conflicto” invita a pensar en un autismo suicida que puede involucrar el destino de nuestras futuras generaciones. La responsabilidad del Estado es evidente e ineludible. Los argentinos hemos recorrido el camino exactamente inverso a los muchos logros que supimos tener en el pasado. Hace poco más de un siglo, disputábamos la hegemonía de toda América; hoy el presupuesto de defensa de la Argentina es de 2900 millones de dólares y eso representa el 0,45 % del presupuesto de EE UU (639.100 millones de dólares). Hace 50 años mirábamos con desdén los sistemas de Brasil que hoy apuntan a ser una potencia mundial, y cuyo sistema de defensa progresa día a día en un afán hegemónico que excede al propio continente. En las decisiones por venir no debe haber medias tintas y, ante la eminente serie de medidas a adoptar luego de la crisis del ARA “San Juan”, hay expectativas y esperanzas de retomar un camino imprescindible para la Nación. Los militares esperan subordinadamente que lleguen las respuestas que estuvieron ausentes durante décadas. Parafraseando de alguna manera el viejo dicho: “La defensa es demasiado importante para dejarla en manos de los uniformados”, es entonces la hora de la política, de una respuesta seria y responsable. Vaya un fuerte reconocimiento a las FFAA y a sus mandos, que trabajan como pueden, silenciosamente, en un constante temporal de carencias endémicas. Vayan también unas sentidas plegarias para los marinos perdidos en altamar y un profundo deseo de que ojalá sean los últimos mártires de esta desgraciada situación. Que ojalá la República recupere el control real de sus cielos, mar y tierra, antes de que sea definitivamente tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario