viernes, 20 de octubre de 2017

Interesante: Hacia el 2019

(Por Vicente Massot) Cuando faltan horas para que se substancien en todo el país las elecciones legislativas previstas para el 22 de octubre, nadie en el espacio reservado a la política ni tampoco analista o encuestador alguno —que no se halle ideológica o crematísticamente vinculado a Cristina Fernández— se llama a engaño respecto del resultado. No sólo en la decisiva puja que sostendrán en la provincia de Buenos Aires el candidato de Cambiemos, Esteban Bullrich, y la ex–presidente de la Nación las opiniones son unánimes en cuanto al éxito seguro del oficialismo. Se descuenta también que en el porcentaje final de los votos —una vez computada la totalidad de los distritos— la tropa de Mauricio Macri conseguirá superar, en algunos casos con creces, su performance de las PASO. A esta altura, ningún otro escenario es concebible y, por lo tanto, comienzan a cobrar forma una serie de reordenamientos que no se circunscriben a los partidos, movimientos y principales figuras del tinglado político. Por razones que no es necesario explicar, todo es ebullición en el peronismo. Tras bambalinas y sin que sea menester esperar a que se abran las urnas, los gobernadores que responden a esa bandería —con la sola y atendible excepción de Alicia Kirchner—; la cabeza de la bancada justicialista en la cámara alta; buena parte de los diputados que se hallan situados en las antípodas de Cristina Fernández; Diego Bossio y quienes le responden en la cámara baja; y los dos candidatos del tronco peronista que saldrán más lastimados del trance electoral —Sergio Massa y Florencio Randazzo— han iniciado una ronda informal de conversaciones y de negociaciones con el propósito de recomponer la unidad perdida. Cuanto era imposible antes de llevarse a cabo las internas del pasado mes de agosto se ha transformado ahora en obligación para un peronismo que se niega a darse por muerto pero, al propio tiempo, sabe cuán frágil es su armadura luego de la derrota que le ha infligido Macri. No hay quien no sea consciente de la debilidad que deberán sobrellevar hasta tanto no sean capaces de hacer pie y de recomponerse con base en una unidad y un jefe que —de momento— brillan por su ausencia. Los de mayor lucidez perciben que el desafío que tienen por delante no sólo es bien difícil sino que llevará tiempo asumirlo y resolverlo exitosamente. Con todo, han puesto en evidencia que sus reflejos están intactos. La derrota, sumado al hecho de tener que transitar el llano, lejos del poder, son realidades que ayudan a disciplinar la voluntad. Por eso, la reacción que cruza en diagonal los pliegues siempre amplios del peronismo no se ha hecho esperar. Todos hablan con todos y si bien la lucha de egos y los intereses personales no pueden disimularse, de este cabildo abierto tácito —por llamarle de alguna manera— nadie ha sido excluido. Sólo el kirchnerismo fue dejado de lado. Es de tal magnitud la actual dispersión justicialista, son tantas las facturas que todavía unos y otros se pasan por rencillas pasadas, y resultan tantos los candidatos con pretensiones de asumir la jefatura del Movimiento, que la unidad es apenas un proyecto de final incierto. A los peronistas no los une el amor como el espanto a desaparecer de la faz de la tierra. Sin la soberbia que los ha caracterizado en las épocas que detentaron el poder y lo ejercieron a discreción, hoy se han vuelto realistas producto de los golpes que han debido asimilar. La idea que se baraja en las reuniones antedichas es forjar una suerte de confederación de poderes para que la negociación que deberán entablar con el oficialismo desde principios de noviembre no resulte tan despareja. De buenas a primeras no van a regresar al seno justicialista en dulce montón. Tratarán —eso sí— de conjugar voluntades sin perder su individualidad y sin poner el carro delante de los caballos. Dicho de otra manera: lo que se intenta es delinear una estrategia de buena vecindad —no de lucha— con el gobierno, sin que ello suponga abdicar de las responsabilidades propias de cualquier variante opositora. Si prosperase, sería un primer paso dado en pos de la unidad futura. Como se comprenderá, Cambiemos mira estas manifestaciones con natural beneplácito. Es más, alienta, en la medida de sus posibilidades, los intentos centrípetos de las diferentes ramas del peronismo con la convicción de que nada podría resultarle más provechoso. Sentarse a negociar civilizadamente con un conjunto de opositores dispuestos a respaldar la gobernabilidad y a sacarse de encima el lastre del kirchnerismo, representa una ventaja inmensa para Macri, que —además— comienza a tejer planes para después de 2019. Una cosa es no trasparentar su euforia antes de tiempo y convocar a sus seguidores a no dejarse ganar por un exitismo que podría, a la larga, resultar fatal. Otra es que frente a su círculo íntimo no exteriorice su confianza en un triunfo contundente y no piense en la reelección. El presidente sabe que se encuentra en una situación cómoda. En atención al apoyo de la gente y al cambio de expectativas en los mercados que ha generado su triunfo, al espacio de maniobra que se le ha abierto debe aprovecharlo al máximo. En este orden de realidades, ha tomado en las últimas semanas una serie de decisiones que delatan su voluntad de utilizar el poder sin que le tiemble el pulso. Por líneas interiores le ha hecho saber a no pocos popes sindicales que no aceptará condicionamientos de su parte, como los que enderezaron en décadas anteriores contra los gobiernos de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. El mensaje fue claro y los sindicalistas —que de zonzos no tienen un pelo y conocen cuándo apretar y cuándo retroceder— han puesto las barbas en remojo. Habrá en la CGT reacomodamientos que sólo hallan explicación con base en la victoria que obtendrá Cambiemos el 22 de octubre. Los planes de lucha y las amenazas de antaño han desaparecido, y en su lugar son los dialoguistas dentro del movimiento obrero organizado los que llevan la batuta. El ejercicio de la autoridad llegó también al campo empresario. Como uno de los banqueros más poderosos de la City, con fluidos lazos primero con Carlos Menem, luego con Néstor y Cristina Kirchner, y finalmente con Sergio Massa, amenazaba quedarse con la operación en nuestro país de una entidad financiera extranjera que vendía sus activos, la Casa Rosada lo impidió. No por capricho sino por juzgar que el interesado no reunía las condiciones de idoneidad necesarias. De la misma forma fue claro el presidente con un empresario mendocino, a quien conoce desde hace tiempo, respecto de la inconveniencia de comprar las empresas que deseaba venderle Cristóbal López para salir de la calamitosa situación en la cual se encuentra. Luego de la advertencia presidencial, el negocio en ciernes quedó en la nada. Andarse con vueltas parece no figurar en la agenda macrista.

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