domingo, 14 de enero de 2018

La ilusiòn democràtica

(Por Denes Martos)- A medida en que la democracia se perfecciona, el oficio de presidente representa cada vez más estrechamente el alma íntima del pueblo. Algún día grande y glorioso, la gente simple del país alcanzará por fin el deseo de su corazón y la Casa Blanca estará adornada por un completo imbécil. H.L. Mencken [1] Una prosapia inventada El término "democracia" significa – literalmente – gobierno del demos algo que, según la archirrepetida definición de Abraham Lincoln, debe entenderse como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Realmente muy atractivo y simpático. Solo hay un pequeño problema: no es cierto!! El demos de los griegos – de quienes hemos heredado el término – nunca significó "el pueblo" en el sentido que le otorgaron los filósofos y los políticos liberales más de 2.000 años después. De hecho, la δημοκρατία (dēmokratía) [2] griega no tiene prácticamente nada que ver con nuestras democracias actuales. El mito de la ilustre prosapia griega de nuestra democracia no es más que una licencia poética a la que se recurrió con la intención de endosarle un poco de rancia tradición a un sistema político que, en rigor de verdad, no tiene más de 250 años de vigencia efectiva. Y aun esto solo en algunos pocos países ya que, en la enorme mayoría de los casos, la implantación del régimen democrático es mucho más reciente. El original griego El personaje que, después de toda una serie de idas y venidas y de no pocos fracasos y cambios de partido para hacerse del poder, implantó la democracia en Grecia fue un señor llamado Clístenes [3] Después de conseguirlo, hacia el 508AC decidió consolidar su posición reformando la reforma de Solón y, para ello, destruyó lo que había sido hasta ese momento el pilar de la organización social y política de los atenienses: la estirpe. Hasta la reforma de Clístenes, la sociedad ateniense había estado organizada de acuerdo con lazos de sangre. La unidad política, social y económica de Atenas había sido la familia y los lazos familiares. La medida que Clístenes tomó fue la de suplantar, en lo político, esa organización tradicional por una organización de base territorial. A partir de su reforma, la representatividad política ya no estuvo basada en la pertenencia a un núcleo humano unido por lazos de sangre y una tradición común sino simplemente por el lugar de residencia. Trazó sobre el mapa de Atenas y sus alrededores algo prácticamente equivalente a lo que hoy serían las circunscripciones electorales y organizó todo el resto de las instituciones políticas alrededor de esta nueva forma de representatividad. El corazón de toda esta complicada arquitectura política fue el demos. La palabra se traduce generalmente por "pueblo" pero, en realidad, significa simplemente “la población” y, por extensión, designa también el lugar en donde esas personas viven, es decir: el poblado, el barrio, el cantón, la comuna, el municipio. Con nuestro léxico actual a la democracia griega original, más que como "democracia" hoy la designaríamos como una especie de "barriocracia " o "distritocracia". El demos griego es más un municipio que un pueblo. Lo más similar que encontraríamos hoy por el mundo es el sistema cantonal suizo. Que de hecho, no es el gobierno de un pueblo sino el de tres que se han acostumbrado a convivir. Uno al lado del otro y sin entremezclarse demasiado. La copia demoliberal El modelo de la "dēmokratía" griega sufrió grandes modificaciones cuando, cosa de 2.300 años después, tuvo que ser adaptado a las necesidades de las filosofías liberales y a las sociedades de masas. En este proceso, la democracia directa de los barrios, municipios o circunscripciones electorales griegas originales fue suplantada por democracias representativas cuya esencia consiste en que los ciudadanos con derecho a voto, deciden – libre y secretamente – quiénes serán los que ejercerán el poder en nombre de la comunidad. Un poder siempre limitado y regulado por un instrumento jurídico llamado Constitución, que puede ser un documento escrito, como sucede en la gran mayoría de los casos, o una convención basada en la costumbre y la tradición como es, por ejemplo, el caso de Inglaterra o Israel. Pero incluso más allá de sea cual fuere el mecanismo de la limitación al ejercicio del poder político, esta especie de "aristocracia electa" surgida de los comicios es – al menos en teoría – tan solo la depositaria temporal de un mandato otorgado por el pueblo que sería el verdadero poseedor de la soberanía. Cuando se analiza este régimen político en profundidad no se tarda mucho en descubrir varias cuestiones básicas y elementales que plantean preguntas para las cuales no existe una explicación satisfactoria. Quizás la primera de ellas sería: ¿realmente posee el pueblo – como tal, como conjunto estadístico masivo – la capacidad de ver y de comprender en su totalidad el funcionamiento de esa maquinaria increíblemente compleja e intrincada que la globalización ha construido a lo largo y a lo ancho de todo el planeta? La pregunta se convierte en retórica apenas unos segundos después de planteada porque la respuesta más que obvia es: no. La mayoría electoral – sea ésta absoluta o relativa – no tiene ninguna posibilidad de comprender, la esencia de los múltiples problemas sociales y económicos con sus previsibles consecuencias a mediano y largo plazo. Y, si no tiene posibilidades de entender realmente la raíz, la estructura y las consecuencias del problema ¿cómo demonios va a hacer este pobre pueblo soberano para decidir y elegir la mejor propuesta de solución que le presentarán quienes dicen que sí lo entienden? Sobre todo cuando, por añadidura, ni siquiera uno puede estar seguro de que los que se presentan como expertos en el tema realmente lo entienden. O, peor todavía, cuando los expertos que deberían resolver el problema en rigor de verdad no tienen ninguna intención de resolverlo porque el problema, por más daño que cause al querido y estimado pueblo soberano, es un negocio fenomenal para unos muy pocos muy interesados en dejar las cosas tal como están. Así, en no pocos casos, el revelar el verdadero entramado y las causas reales de los problemas que afectan a la Aldea Global puede llegar a ser muy "políticamente incorrecto" y, por ende, no exento de riesgos para quien se atreva a hacerlo. En consecuencia, lo que el pueblo soberano acepta o rechaza con su voto no es algo referido a lo que podríamos llamar la "realidad real". El voto democrático decide entre opciones que no son más que un "relato", o sea: “una construcción artificial pergeñada por las instancias que realmente ejercen el poder político, más allá de las instituciones oficiales, las máscaras legales y las promesas descaradamente demagógicas de los candidatos de las cuales todo el mundo con dos dedos de frente sabe que nadie las va a cumplir”. De modo que la cuestión de fondo es establecer los mecanismos mentales que impulsan y gobiernan la decisión del electorado con lo cual hemos arribado al tema de la psicología de las multitudes [4] que es una de las cuestiones más delicadas de las democracias de masas actuales. La irracionalidad "popular" La decisión de "pertenecer" a algún partido político, o "ser" de alguna ideología o tendencia – izquierda, derecha, liberalismo, marxismo, trotskismo, nacionalismo, tradicionalismo más toda la pléyade de "ismos" y modas que existen en un largo etcétera – es algo que ocurre más en la esfera emocional-temperamental que en la esfera racional de las personas. Esto sucede porque, ya sea por la adhesión o por el rechazo, la preferencia emocional se impone precisamente porque no requiere del complejo, largo y bastante tedioso proceso del análisis racional. No es difícil detectar estos momentos de irracional emocionalidad en las votaciones masivas cuando éstas de pronto se apartan de lo esperado por los diseñadores de campañas. En los últimos tiempos, hemos sido testigos de varios procesos que no salieron en absoluto como racionalmente se esperaba. Uno de ellos sucedió el 23 de Junio de 2016 cuando, contra las expectativas más difundidas, el 51,8% de los ingleses votó por abandonar la Unión Europea. [5] La otra gran "sorpresa irracional" fue la elección norteamericana de noviembre del mismo año que, contra todos los pronósticos y todas las encuestas [6], le dio la presidencia a Donald Trump por sobre Hillary Clinton. Y estos dos ejemplos por cierto que no agotan el tema. Lo cómico es que la mayoría de los sesudos intelectuales de la democracia interpreta estos casos de rebeliones emocionales como una falla de la democracia. Cuando se produce alguna de estas situaciones es bastante frecuente que los grandes analistas oficiales de repente recuerden y repitan hasta el hartazgo que también Hitler accedió al poder por la vía del voto democrático del pueblo alemán. Para los demócratas, el problema con esto es que así el famoso apotegma de "vox populi, vox Dei" pierde buena parte de su poder de convicción pues obliga a admitir – bien que a regañadientes – que, a pesar de todo, el pueblo, lamentablemente, a veces se equivoca; que el ciudadano puede votar mal por ignorancia y que siendo ignorante no es apto para el ejercicio de la "verdadera" democracia para la cual, como quería el inefable Domingo Faustino Sarmiento, primero habría que "educar al soberano". El otro recurso al cual también suelen recurrir los analistas oficiales es el apelar a la comunicación. Según esta teoría, cuando prima la irracionalidad emotiva frente a la (al menos supuesta) racionalidad de una determinada propuesta, lo que sucedió no fue una equivocación del pueblo soberano sino un error de comunicación de parte de quienes presentaron la propuesta. De acuerdo con esta línea argumental no es que el estimado pueblo soberano no pudo entender la cuestión por su complejidad y por la multiplicidad de sus factores. No. Lo que sucedió fue que la propuesta estuvo "mal comunicada" y se prestó a un sinnúmero de confusiones y dudas. Con ello queda un poco a salvo lo del "vox populi, vox Dei" pero, en contrapartida, surge la pregunta de cómo explicarle el impacto de una deuda colocada a interés compuesto en dólares a alguien que en materia de aritmética apenas si domina las cuatro operaciones fundamentales y no tiene ni la más mínima noción acerca de cómo se establece internacionalmente el valor del dólar. Es como si a alguien le dieran diez minutos para explicarme – a mí, que soy una nulidad total en materia de química – la estructura molecular y la temperatura de transición vítrea de los polímeros. Sea como fuere, el mensaje concreto es que en algunos casos no habría motivos para respetar demasiado el veredicto de las urnas. Lo cual, por supuesto, abre las puertas para que, de hecho, la democracia se convierta en la dictadura de los demócratas. La dictadura democrática La cuestión es que, si esto es así, no solamente tendremos que mandar de paseo el dogma de la infalibilidad del pueblo soberano sino también la teoría repetida ad nauseam que postula a la democracia como el mejor de todos los regímenes políticos inventados por el ser humano. Porque lo que en realidad ha sucedido en la cuna misma de la democracia liberal es exactamente lo que, ya hacia la primera mitad del Siglo XX, H.L. Mencken pronosticó mediante la cita que encabeza esta nota. Si el resultado final de la democracia es una figura como George W. Bush, Barack Obama o Donald Trumpo – siendo este último una figura que ya los medios masivos del propio régimen ridiculizan, denuestan y caricaturizan (muy probablemente incluso más allá de lo que el tipo en verdad se merece) – entonces no hay forma de negar que hasta en la primera democracia del mundo la masa amorfa de votantes no es capaz de hacer una selección crítica entre las diferentes ofertas electorales y, desconfiando de lo que racionalmente no puede entender, termina votando por caprichosos impulsos emocionales y no por una serena y profunda reflexión racional que, de todos modos, es incapaz de realizar y que, aun si fuese capaz, no podría concretar porque el aparato de difusión masiva no solo le retacea información esencial sino que lo desinforma con cataratas de chismografía irrelevante. Y no es que un análisis racional de los datos concretos y veraces hubiese llevado al electorado norteamericano a votar por Hillary Clinton en lugar de Donald Trump. En absoluto. Siendo que el voto no es obligatorio en los EE.UU. un análisis racional de la realidad objetiva hubiera hecho que los votantes se quedaran tranquilamente en su casa, sabiendo que ambas opciones eran igualmente nefastas, tanto para Norteamérica como para el mundo entero. O, quizás, más drásticamente todavía, ese análisis racional hubiera evitado que sujetos como la Clinton o Trump llegaran a ser candidatos en absoluto. Y con esto se cierra el círculo de la ridiculez. Porque si el establishment mismo considera que Donald Trump es un payaso pero, simultáneamente, acusa de conspiranoicos o profetas del odio a todos los que se atreven a señalar que un sujeto así no puede ser el verdadero presidente de los EE.UU. y, puesto que a pesar de ello la política norteamericana a nivel mundial e interno no ha cambiado para nada en lo esencial desde que el denostado "payaso" es presidente, forzoso es reconocer que, detrás del "payaso" tiene que existir un Poder Real que hace funcionar al país tanto en lo interno como en lo internacional, sin importar quién es el payaso (o la payasa) que ocupa el Salón Oval de la Casa Blanca. Nadie con un mínimo básico de experiencia política puede creer que un perfecto inútil como George W. Bush gobernó realmente a los EE.UU. así como hoy nadie puede tomar en serio a un Donald Trump que se pelea con Kim Jong-un para ver quién tiene el botón nuclear más grande. En su oportunidad, nadie con un mínimo de conocimiento de política internacional pudo creer que la decisión de invadir Iraq, con el pretexto de las (inexistentes) armas de destrucción masiva de Sadam Husein, fue una decisión personal de Bush. Como que también es más que evidente que la persistente e insistente campaña mundial orquestada para demonizar a Irán no es la consecuencia de la voluntad popular de pueblos cuya enorme mayoría no sabría ubicar a Teherán en el mapa. De modo que, por un lado tenemos al pueblo que, como conjunto teóricamente soberano, no está en condiciones de tomar decisiones relacionadas con las enormemente complejas cuestiones sociales, políticas y económicas que plantea la realidad. O sea: por un lado hay una masa de electores que elige a sus representantes esencialmente por caprichosas filias o fobias, con lo que terminan detentando el poder formal monigotes, payasos o meros demagogos. Por el otro lado, sin embargo, los países supuestamente gobernados por estos payasos de algún modo siguen su rumbo – a lo sumo con algunos altibajos fácilmente controlables. El resultado es que, en el mediano/largo plazo, muy pocas cosas se apartan de la estrategia globalizadora del Nuevo Orden Mundial, a pesar de la inocultable ineficacia o corrupción de los gobernantes y la no menos inocultable ignorancia de las masas que viven con la nariz pegada al televisor. Para entender la situación real resulta forzoso admitir tres cosas: 1) Las masas electorales ni tienen suficiente información para tomar decisiones racionalmente bien fundadas, ni tienen tampoco – estadísticamente hablando y como conjunto – la capacidad para analizar y comprender los complicados problemas que aquejan al mundo y a las naciones de una estructura globalizada. En consecuencia, elijen a sus representantes por filias o fobias irracionales – ya sean personales o ideológicas – que no garantizan en absoluto ni la idoneidad ni mucho menos la honorabilidad de los representantes electos. 2) A su vez, los políticos que teóricamente deberían regir nuestros destinos no los rigen en absoluto por la sencillísima razón de que no tienen suficiente poder para ello y, aun si lo tuvieran, serían demasiado ineptos como para ejercerlo. 3) Si a pesar de ello la estrategia del Nuevo Orden mundial globalizado se va cumpliendo de un modo o de otro en todo el planeta, es obvio que detrás de las bambalinas del poder formal existe un Poder que se encarga de llevar adelante una planificación estratégica decidida por fuera del circuito institucional de los partidos políticos, sus candidatos y las campañas electorales. Admitámoslo: la democracia no es lo que parece. Es lo que no parece ser! NOTAS 1)- H.L. Mencken, On Politics: A Carnival of Buncombe 2)- Cf. Diccionario de la Real Academia Española: 3)- Cf. Denes Martos, Los Atenienses, pág. 78 4)- Cf. Gustave Le Bon, Psicología de las Masas, La Nueva Editorial Virtual, 2014 5)- Votos a favor del "Brexit": 17.410.742 - Votos a favor de permanecer: 16.577.342 - Total de votos: 33.577.342 - Participación: 72% Cf. http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-36484790 6)- Y tengo que ponerme el sayo porque me cabe ya que yo mismo me equivoqué en el pronóstico. Durante muchos años venía acertando quién sería el ganador de las elecciones norteamericanas averiguando simplemente quién había puesto más plata en la campaña. En el caso de Trump/Hillary me falló. La Clinton puso muchísima más dinero en la campaña y gozó de un apoyo muchísimo mayor de parte del establishment norteamericano y, sin embargo, Trump con su estilo de matón yanqui y su pseudonacionalismo de "America First" ([Norte]América Primero) se ganó más simpatías que la políticamente correcta y aséptica Hillary Clinton.

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